viernes, 3 de noviembre de 2017

Qué ver en Campo de Criptana

El paisaje manchego nunca ha sido de mis favoritos, me gustan más las zonas montañosas y si son con árboles mucho mejor. Pero este paisaje sin duda merece la pena y lo mejor es que no hay que irse muy lejos.

Se trata de Campo de Criptana, en Ciudad Real, donde la casualidad nos llevó un fin de semana de octubre. Y por la cantidad de gente que allí había (gente famosa incluida) se puede decir que es un destino bastante visitado.

Lo que más llama la atención del lugar son sin duda los molinos, aquellos que Don Quijote de la Mancha confundió con gigantes. Los molinos se encuentran en la parte más alta del pueblo, en el Cerro de la Paz y, por supuesto, no están colocados ahí por azar, sino que es una zona en la que las condiciones del viento son muy favorables. Los molinos tienen una serie de pequeñas ventanas en la parte superior, una por cada tipo de viento, de modo que el molinero iba abriendo las ventanas y poniendo un puñado de trigo en la parte del alfeizar para ser empujado por el viento. La ventana en la que hubiese llegado más lejos el trigo empujado por el viento era la candidata para orientar las aspas. Yo no conocía tantos tipos de vientos como nos explicaron. La maniobra de orientación de las aspas se realizaba moviendo el techo del molino, que es giratorio.

En los buenos tiempos hubo más de 30 molinos funcionando a pleno rendimiento, cuya propiedad era de la gente rica del pueblo que eran arrendados a los molineros. En cambio, ahora no queda ni una tercera parte, y sólo uno de ellos funciona con su cometido original, una vez al mes, para deleite de los visitantes.

Cada molino tiene su propio nombre, desde el Culebro, dedicado a Sara Montiel, al Poyatos, donde está ubicada la oficina de turismo. Nosotros pudimos visitar el molino Infanto por medio de una visita guiada y nos contaron muchísimas cosas interesantes acerca del funcionamiento del mismo.


En la misma visita guiada también pudimos ver el Museo dedicado a Sara Montiel y una casa cueva excavada en la roca con sus utensilios originales.

En el centro del pueblo también pudimos visitar la Plaza Mayor, con la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y muy cerca de allí, el Pósito, antiguo almacén de cereales.


Pero si hay algo que destaca en el pueblo es su gastronomía, típicamente manchega. Nosotros lo pudimos comprobar en el restaurante Las Musas, situado justo al lado de los molinos. Podemos dar fe de que las gachas y las migas están espectaculares, por no hablar del cordero asado, que es para hacerle un monumento. El mismo restaurante es una zona de copas para la tarde-noche.



Pues esto es lo que dio de sí el fin de semana, en el que íbamos a ver un espectáculo de humor en muy buena compañía y nos encontramos con un lugar totalmente recomendable para visitar.

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