Desde el verano pasado estoy pendiente de escribir sobre este fantástico viaje que hicimos a finales de agosto.
Particularmente tenía muchas ganas de visitar el País Vasco. En esta zona de España nunca había estado y siempre había tenido curiosidad por visitar. Por fin el verano pasado pudo ser.
Buscamos un apartamento que estuviese más o menos en el centro de la comunidad porque queríamos visitar todas las capitales, además de Pamplona. Alquilamos uno en Mendaro (Guipúzcoa), bien situado para acceder a la autovía y en una zona tranquila. Lo mejor desde luego fue utilizar las autovías de peaje siempre que se pudiese porque la orografía del terreno no es la más aconsejable cuando no conoces los lugares a los que vas.
Día 1:
Como eso de madrugar no va con nosotros, al menos con parte de la familia, salimos tranquilamente hacia nuestro destino en el País Vasco. Casi de camino, porque nos tuvimos que desviar muy poco, estuvimos visitando el Valle Salado de Añana. Se trata de un valle en el que brotan manantiales de agua salada que es utilizada para la obtención de sal. Es muy curioso ver cómo se lleva el agua canalizada hasta unas eras donde se deja evaporar para extraer posteriormente la sal. Hacen visitas guiadas pero no nos daba tiempo a realizarlas, ya que teníamos que llegar a nuestro alojamiento a una determinada hora.
Nuestro alojamiento estaba en Mendaro, un pequeño pueblo rodeado de montañas de la provincia de Guipúzcoa. Como ya he dicho, lo elegimos porque estaba muy bien situado, cerca de la autovía, para poder llegar a todos lo sitios donde queríamos ir.
El pueblo en sí no era muy bonito, comparado con otros pueblos del País Vasco, pero a nosotros nos gustó igualmente porque no tenía nada que ver con el paisaje al que estamos acostumbrados. En este pueblo es donde estaba situado el hospital comarcal, precisamente en todo lo alto, como pudimos comprobar dando un paseo. Como curiosidad, el pueblo estaba dividido en dos mediante el río Deva, la carretera nacional y la vía del tren. Y por supuesto, como pudimos comprobar, disponía de un frontón.
También nos llamó mucho la atención que tuviesen tan en cuenta el tema del reciclaje. Debe ser de las pocas comunidades donde hay un contenedor de basura sólo para restos orgánicos. A ver si aprendemos por aquí.
Buscamos un apartamento que estuviese más o menos en el centro de la comunidad porque queríamos visitar todas las capitales, además de Pamplona. Alquilamos uno en Mendaro (Guipúzcoa), bien situado para acceder a la autovía y en una zona tranquila. Lo mejor desde luego fue utilizar las autovías de peaje siempre que se pudiese porque la orografía del terreno no es la más aconsejable cuando no conoces los lugares a los que vas.
Día 1:
Como eso de madrugar no va con nosotros, al menos con parte de la familia, salimos tranquilamente hacia nuestro destino en el País Vasco. Casi de camino, porque nos tuvimos que desviar muy poco, estuvimos visitando el Valle Salado de Añana. Se trata de un valle en el que brotan manantiales de agua salada que es utilizada para la obtención de sal. Es muy curioso ver cómo se lleva el agua canalizada hasta unas eras donde se deja evaporar para extraer posteriormente la sal. Hacen visitas guiadas pero no nos daba tiempo a realizarlas, ya que teníamos que llegar a nuestro alojamiento a una determinada hora.
Nuestro alojamiento estaba en Mendaro, un pequeño pueblo rodeado de montañas de la provincia de Guipúzcoa. Como ya he dicho, lo elegimos porque estaba muy bien situado, cerca de la autovía, para poder llegar a todos lo sitios donde queríamos ir.
El pueblo en sí no era muy bonito, comparado con otros pueblos del País Vasco, pero a nosotros nos gustó igualmente porque no tenía nada que ver con el paisaje al que estamos acostumbrados. En este pueblo es donde estaba situado el hospital comarcal, precisamente en todo lo alto, como pudimos comprobar dando un paseo. Como curiosidad, el pueblo estaba dividido en dos mediante el río Deva, la carretera nacional y la vía del tren. Y por supuesto, como pudimos comprobar, disponía de un frontón.
También nos llamó mucho la atención que tuviesen tan en cuenta el tema del reciclaje. Debe ser de las pocas comunidades donde hay un contenedor de basura sólo para restos orgánicos. A ver si aprendemos por aquí.
Día 2:
Este fue uno de los días el día que con más ilusión había planificado. Tenía muchísimas ganas de visitar San Sebastián porque siempre había escuchado que era una de las ciudades más bonitas de España y la verdad es que no nos defraudó en absoluto.
Al final nos vino bien hacer la visita el domingo (teníamos en principio otros planes) porque pudimos aparcar sin pagar cerca de los sitios que íbamos a visitar. Aparcamos a la altura de la playa de Ondarreta, pero como a unas tres calles de distancia de la playa. Vimos que mucha gente estaba haciendo lo mismo que nosotros, ya que en las calles más cercanas a la playa también había que pagar por aparcar incluso en domingo.
La primera impresión al llegar a la playa es de tranquilidad y limpieza, todo parecía estar en orden. Lo primero que hicimos, y que era una sorpresa para todos excepto para mí (me encanta hacer este tipo de cosas) fue subir al Monte Igueldo en funicular. A los niños les encantó, sobretodo cuando descubrieron que arriba había un pequeño parque de atracciones. Ellos se montaron en varias atracciones y a mí, que le tengo pánico a las alturas en general y a las montañas rusas en particular, me engañaron para que subiera en la "Montaña suiza". Menos mal que duraba poco tiempo, porque entre la velocidad que cogía aquel trasto y que estaba al borde de un precipicio, no sé cómo no empecé a gritar como una loca. A decir verdad, grité bastante.
Justo debajo del Monte Igueldo se encuentra el Peine del viento, la conocidísima escultura de Eduardo Chillida y uno de los sitios que hay que ver si vas a la ciudad. También nos dio tiempo a recorrer la famosísima playa de la Concha. Lo malo es que estaba un poco nublado y chispeaba, pero fue un paseo fantástico.
Como estábamos muy cerca del sur de Francia, también teníamos planeado llegar hasta San Juan de Luz esa tarde, pero una equivocación al poner la dirección en el GPS, nos llevó hasta Biarritz, que está un poco más al norte. Y ya que habíamos llegado hasta allí, no nos íbamos a dar la vuelta sin visitar la ciudad. Dejamos el coche en un parking, nos paseamos por la grande Plage y nos mojamos los pies gracias a un chaparrón que nos cayó mientras que estábamos buscando un sitio donde comprar unos croissants que se le habían antojado a la princesa Zeta. Menos mal que al final encontramos una pastelería preciosa donde compramos croissants, pasteles y unos macarons que tenían una pinta estupenda. Y es que al día siguiente había algo que celebrar.
Después volvimos a bajar hasta San Juan de Luz, un pueblo muy bonito con un paseo marítimo precioso. Aquí se nos ocurrió entrar a comprar pan a una panadería que tenía muy buena pinta por fuera, entendiendo que el pan francés es uno de los mejores del mundo. Pues nos debió tocar justo en la que hacen el pan malo. Compramos dos barras que resultaron ser el peor pan de todo el viaje, menos mal que a los niños no les importó mucho, dado el hambre que tenían.
Como aún nos quedaban algunas horas de sol, decidimos llegar hasta Hondarribia, pueblo que está separado de Hendaya (Francia) por medio del río Bidasoa. El casco histórico es muy pequeño pero bastante bonito.
Lo mejor de la jornada vino sobre las 9 de la noche, cuando nos disponíamos a volver al apartamento. Resultó que el coche no nos arrancaba, al parecer por la batería. Curiosamente nos habíamos gastado una pasta en la revisión que le hicimos pocos días antes del viaje. Pues ahí tuvimos que estar esperando, sentados en el muro de la alameda de Daniel Vázquez Díaz hasta que vino la grúa para arrancar el coche y poder volver hasta el apartamento.
Día 3:
Este era el día más especial del viaje porque coincidía que era mi cumpleaños y les tenía preparadas una serie de sorpresas. Aunque las sorpresas también me las llevé yo, muy a mi pesar.
El día empezó mal, justo como había acabado el día anterior, con el coche que no arrancaba. Por suerte, la grúa vino muy pronto para arrancar el coche. Habíamos estado viendo que había un taller que tenía baterías disponibles de nuestro modelo justo en Zarautz, que era nuestra primera parada prevista para ese día, así que fuimos para allá. En el taller fueron bastante eficientes y se portaron muy bien, así que enseguida estábamos otra vez en ruta.
Lo primero que hicimos fue llegar hasta la playa para ver el "ratón de Guetaria" y de paso el restaurante de Karlos Arguiñano.
Desde allí nos dirigimos hasta Zumaia para visitar la ermita de San Telmo. El coche hay que aparcarlo en la parte baja del pueblo, en zona de pago, porque al casco histórico solo pueden subir en coche los residentes, al menos en verano. La ermita en sí no es nada del otro mundo, más allá de que fue donde se rodó parte de la película "8 apellidos vascos", pero lo que sí es realmente impresionante son las vistas que hay desde allí de la playa de Itzurun. En esta playa también se rodaron escenas de la serie "Juego de tronos", serie que no he visto pero sí vi por curiosidad esas escenas. Sin duda, la importancia de este lugar se da desde el punto de vista geológico, ya que aquí se reflejan en forma de una estructura sedimentaria llamada Flysch, más de 60 millones de años de la historia de la Tierra. A quien le interese un poco la Geología podrá entender cual fue mi sensación al estar en un lugar como ese. Definitivamente creo que me equivoqué al elegir la carrera.
Pues como he dicho, era mi cumpleaños y tenía una reserva sorpresa para comer en un restaurante del puerto llamado "Marina Berri". Creo que pocas veces he comido mejor. Elegimos ensalada de ventresca y rodaballo a la parrila, que resultaron deliciosos y los niños prefirieron arroz con bogavante, que les encantó.
Las sorpresas siguieron después porque había comprado tickets para dar una visita guiada en barco con la empresa Geoparkea que gestiona el geoparque de la costa vasca. En la visita nos iban a contar la historia de estos pequeños pueblos de la costa vasca y en especial nos explicarían qué era eso del flysch. El barco llegaría hasta Mutriku, visitaríamos el pueblo y volveríamos de nuevo a Zumaia.
El viaje de ida se dio con total normalidad y nos estuvieron contando que, pese a lo que pudiera parecer, estos pueblos no se dedicaban a la pesca, sino que se dedicaban a la construcción de barcos, en especial de barcos balleneros. Desembarcamos en Mutriku y visitamos el pueblo. Era un pueblo con un puerto muy pequeño y muy bonito, pero que tiene las mayores cuestas que he visto en mi vida. Una vez visitado el pueblo, con sus cuestas incluidas, volvimos al puerto para proseguir con el viaje de vuelta. Aquí llegó la sorpresa para mí y para todos los que estábamos allí, el barco tenía una avería y no podíamos regresar en él. Yo no sabía si reir o llorar, el día de mi cumpleaños y con los tickets comprados desde hacía semanas, no iba a poder hacer la excursión que tanto tiempo había estado esperando.
Con pocas explicaciones en un principio, tuvimos que volver otra vez hacia lo alto del pueblo para coger un autobús que nos llevaría hasta Deva, donde cogeríamos un tren que nos llevaría de nuevo a Zumaia, que es donde habíamos dejado el coche. Por supuesto, los niños encantados con eso de montar en autobús y en tren. En el viaje de vuelta yo le conté a la guía "mi historia" y se ofreció a contarnos allí mismo lo que nos hubiera contado en el barco acerca del flysch. La verdad es que al final no me fui con esa espinita clavada y se portaron muy bien porque, además de devolvernos el dinero de los tickets de ese día, nos regalaron otra excursión para un día después.
El día terminó mejor de lo que había empezado porque aunque tuve que soplar dos velas que indicaban un número muy alto de dos cifras, dimos buena cuenta de la caja de macarons que habíamos comprado el día anterior. Ah, y por fin acertaron con el regalo.
Día 4:
Teníamos pensado ir a Bilbao dos días antes, pero mi amigo Miguel me avisó de que era el último día de fiestas y estaría todo muy colapsado. Cuando llegamos, entendimos perfectamente por qué las llaman "las fiestas grandes de Bilbao". Según el tópico, tendemos a pensar que la zona de fiesta está un poco más al sur de la península, pero para nada. Y eso que lo que vimos fue únicamente cómo desmantelaban toda la infraestructura que habían montado, en la ribera del río, unos días antes para las fiestas.
Bilbao es actualmente una ciudad muy bonita y moderna donde "puedes ir a todos los sitios andando". Esto último me lo dijo mi amigo.
Aparcamos en el parking del Arenal, en el casco viejo y desde ahí pensábamos ir andando a recorrer buena parte de Bilbao. Lo primero que hicimos fue subir por la margen derecha del Nervión para ver el teatro Arriaga y llegar hasta el mercado de la Ribera. Este mercado me resultó más pequeño de lo que esperaba pero la zona de bares, con sus infinitas bandejas de pintxos, nos pareció de lo más alucinante.
Cruzando desde el mercado está la zona de las 7 calles, el verdadero casco histórico de Bilbao. Pasear por estas calles fue una verdadera gozada y más porque fuimos contando a los niños cosas curiosas sobre estas calles y buscando lugares de interés, como el único punto desde donde se ve la basílica de Begoña o la marca que indica hasta donde subió el agua en las inundaciones que se produjeron en los 80.
Desde allí nos dirigimos andando hasta la estación de metro de Abando, de la que habíamos leído que tenía unas bonitas vidrieras. Y la verdad es que eran bastante espectaculares.
A continuación nos fuimos caminando hasta la zona del Guggenheim, y pasamos justo por una calle desde la que hay una vista fantástica del famoso puente de Calatrava, con el que tantos problemas han tenido los bilbaínos. Lo que más nos impresionó desde la zona por donde llegábamos nosotros fue el colorido de la famosa escultura Puppy, pero una vez que te acercas ves que realmente se trata de un edificio espectacular y todo el entorno da una impresión de orden y tranquilidad.
Lo mejor de la jornada llegó en este momento, cuando quedamos con mi amigo para ir a tomar unos pintxos y unas cervezas. La primera cerveza que pedimos fue una "pica", hasta que nos dimos cuenta de que eso era con limón. Ya no volvimos a pedir más de esas, nosotros es que somos más clásicos. Nos encantó esa cultura de los pintxos, es una auténtica maravilla que, aunque en otras zonas se ha intentado exportar, no hay ni punto de comparación.
Después de comer, ya con guía incluido, nos fuimos callejeando hasta la zona del estadio San Mamés, para que lo vieran los futboleros de la casa. Y después, por la margen izquierda de la ría fuimos paseando de nuevo hasta el Guggenheim, viendo la famosa Torre de Iberdrola que es actualmente el edificio más alto de Bilbao y la famosa grúa Carola, que se utilizaba en los astilleros para la construcción de grandes barcos y cuyo nombre tiene una historia detrás. En toda esa parte de la ría es donde estaban situados los grandes astilleros que se cerraron allá por los años 80. En la actualidad, toda esa parte de la ría ha sido remodelada e integrada en la ciudad. Fue impresionante ver el antes y el después en unos paneles situados en la parte de atrás del museo. En esa zona también se encuentran algunas esculturas bastante vanguardistas. La que más nos gustó fue la famosa Mamá. Se trata de una araña gigante que te acoge amorosamente entre sus patas.
La tarde terminó yendo en coche hasta Las Arenas, un barrio de Getxo, para ver el famoso puente de Vizcaya, que comunica este barrio con Portugalete y que es patrimonio de la Humanidad. Algunos no se conformaron solo con verlo, sino que también lo cruzaron. Por supuesto, yo soy de las que se quedó mirando, demasiado alto para mí.
Y para rematar la jornada, otra vez de pintxos por el barrio. Y además nos regalaron unos deliciosos bollos de mantequilla para desayunar al día siguiente.
Y como este viaje se está haciendo muy largo, pronto habrá una segunda parte.
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