lunes, 27 de julio de 2015

La isla de Tabarca

La isla de Tabarca es uno de los sitios a los que últimamente vamos todos los años. Es una reserva natural marina por la diversidad de su flora y su fauna y está a unos 8 km de Santa Pola.

En barco, o mejor dicho en catamarán, se tarda unos 25 minutos, incluidos unos 5 durante los que hace una parada, justo antes de llegar al puerto, para que los turistas puedan ver el fondo marino. Aunque el precio es bastante caro: 15 euros ida y vuelta los adultos y 10 los niños, siempre nos han hecho algún tipo de descuento debido a la competencia entre las compañías que hacen el recorrido.

El primer año que fuimos no sabíamos muy bien que esperar. En el pueblo sólo había una pequeña playa con arena, tumbonas y sombrillas. Lo realmente bonito lo encontramos caminando unos cuantos metros (la isla no tiene ni 2 km en su parte más larga). Orillas de algas secas que se te pegan a los pies mojados y fondo marino con piedras y algún banco de arena pero lleno de peces y de plantas.

Pues este primer año no había mucha gente y gran parte de la gente que había estaba haciendo snórkel. Así que al siguiente año nos fuimos pertrechados con las gafas, el tubo para bucear y las zapatillas para no fastidiarnos los pies al pisar las piedras. Y el panorama cambió bastante.


Los niños aprendieron muy rápido a respirar por el tubo y nos pasamos casi todo el tiempo dentro del agua viendo el fondo marino.

El año pasado vimos por primera vez un pez que no tengo ni idea de cómo se llama pero que su piel se confunde con la arena del fondo, por lo que es muy difícil verlo. Así que nuestra primero misión de este año ha sido buscar este pez. Y hemos tenido mucha suerte porque la princesa Zeta vio uno enseguida, que por más que me lo señalase, yo no conseguía ver. Más tarde vimos muchos más.

Aunque la gran suerte de este año es que hemos ido con los tíos y los primos y nos lo hemos pasado genial. Lo malo es que había muchísima gente y no se disfrutaba igual del paisaje.

Otra misión que cumplen todos los años las princesa Zeta y su padre es ir a explorar un islote cercano. Yo lo he intentado varias veces, pero llega un momento en que las algas llegan hasta la superficie del agua y es superior a mis fuerzas pasar por ahí. A ver si lo consigo algún año.


En la isla hay muchos sitios para comer, yo diría que demasiados. En cuanto llegas a la isla, aparecen los "relaciones públicas" de los restaurantes para darte su publicidad. Y como hay que pasar por la puerta de un montón de ellos para llegar a la parte de la isla donde vamos nosotros, en cada sitio te aconsejan dejar el sito reservado. Pero vamos, que no hace ninguna falta, siempre hay sitio de sobra para comer, aunque fuésemos ocho, como este año.

Lo que siempre hemos hecho es comer en el mismo sitio, no sé por qué, el caso es que aunque siempre decimos que vamos a probar en otro sitio, acabamos comiendo ahí. Lo que sí hemos cambiado este año ha sido el menú. Nos hemos aventurado a probar el caldero, que es el plato típico de la zona. Lo curioso del plato es que te sirven primero una bandeja con el pescado y las patatas con las que han hecho el caldo y por último te sirven el arroz. La verdad es que estaba buenísimo, todos los niños repitieron.

Después de comer, y con todo el calor que hace y el añadido por la sangría que nos bebemos, nos vamos a dar un paseo hasta la otra punta de isla, atravesando el pueblo. Sólo hay que coger una calle porque el pueblo es una cuadrícula de calles y es tan pequeño que no hay pérdida.

Y antes de la vuelta, mientras algunos nos tomamos un café granizado, otros se toman un helado. Aunque este año alguno se ha quedado con las ganas del frigopié. Según nos dijeron, no pueden traer helados que no sean de hielo porque se les descongelan antes de llegar. Pues no quiero ni pensar qué había pasado el año anterior con el que se comió el príncipe A.

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