viernes, 16 de diciembre de 2016

El día del frito

El día del frito era uno de esos días que relucía más que el sol, como dice el refrán. Y no hace falta imaginar lo bien que se lo pasarían antiguamente ese día, con la escasez de comida que debía haber por aquel entonces. Lo que se hacía ese día era freír todos los productos que se habían obtenido del cerdo después de la matanza, generalmente las costillas, el lomo y los chorizos, para conservarlos durante un tiempo.

Las costillas y el lomo se habían puesto previamente en adobo y los chorizos habían estado secándose al aire.

El día del frito, se troceaban las costillas y el lomo y se cortaban los chorizos para separarlos. Se freían cada tipo de carne por separado durante un tiempo suficiente, sin pasarse para que no se resecasen mucho. Posteriormente se metían en orzas de barro: los chorizos por un lado y el lomo junto con las costillas por otro. Por último, se rellenaba la orza con aceite de oliva hasta cubrir toda la carne. De esta manera se conservaban estupendamente y, si había suerte, llegarían hasta el verano.

Esta era una manera estupenda de conservar la carne antiguamente, cuando no había neveras. Aunque ahora que las hay, en mi casa también se sigue haciendo este aprovisionamiento de comida, que luego el invierno es muy largo.




La matanza hace muchísimos años que no se hace, tantos que casi ni me acuerdo, pero lo que sí hemos hecho muchos años son los chorizos caseros. Mi madre compraba la carne picada y la adobaba a su gusto. Después, utilizando una máquina de manivela que en sus tiempos movían mi abuelo o mi abuela, la carne iba pasando a la tripa de cerdo que, con mucha habilidad, habían puesto mi madre o mi abuela. Esta tarea requería bastante maña y las veces que nos dejaban probar a nosotras creo que se arrepentían al instante, de lo mal que lo hacíamos.

A los pequeños nos ponían en la sección de atado. Ahí lo dábamos todo, tanto que acabábamos con heridas en los dedos de lo fuerte que apretábamos la cuerda para atar los chorizos.

¡Qué recuerdos!, varias generaciones reunidas en la cocina colaborando en un fin común. Y escuchando las historias que nos contaba la abuela de cuando era pequeña.

Ahora esta tradición familiar está casi en decadencia, más que nada por falta de tiempo y recursos, y mi madre compra los chorizos ya hechos. Pero el día del frito sigue estando ahí. Y ya se ha metido en faena la siguiente generación de la mano de la princesa Zeta, que ha descubierto que le gusta cortar los chorizos y no se le da nada mal. Pero lo que más le gusta es catarlos después, para ver cómo han quedado. Bueno, al resto también nos encanta esto último, para que vamos a engañarnos, que un día es un día, como dice mi madre (casi todos los días).

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